martes, 1 de junio de 2010

“La historia de los Reyes Magos en Navidad”


“Hace mil novecientos noventa y nueve años, nació en Belén un niño llamado “Jesús, el Salvador”.
En alguna parte de Oriente, tres reyes se habían puesto en camino hacia Belén. Se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Melchor era el más viejo, tenía una gran barba blanca, unos preciosos ojos azules y una nariz como la de los gnomos. Gaspar era el mediano, tenía el pelo castaño, una chivita y una enorme barriga. En cambio, Baltasar, al ser el más joven, tenía una estupenda silueta, unos pies enormes... pero un problema, ¡era feísimo!
Bueno, como iba diciendo, estaban camino de Belén. Iban montados en unos camellos con provisiones. Salieron una mañana; por el camino iban hablando de todo: de cuántas mujeres tenían, que su hijo era el orgullo de la casa y sólo Dios sabe cuántas cosas más. Con tanto alegar, se les hizo de noche y decidieron pararse en un pequeño oasis que había por allí.
A la mañana siguiente, se despertaron con más ganas que nunca de caminar. Se tomaron un vaso de leche de cabra, y a andar otra vez por el desierto. Al mediodía hacía un calor que rajaba las piedras. Y sin más Melchor se detuvo y dijo:
MELCHOR: Baltasar, ¿estás seguro de que es por aquí?
BALTASAR: Pues claro Melchor, en mi mapa dice que hay que seguir todo recto hasta llegar a los ríos Tigris y Éufrates, y luego todo tieso hasta llegar a ese pueblecito llamado Belén.
MELCHOR: ¿Por qué no llevas tú el mapa, Gaspar, que yo no me fío ni un pelo de Baltasar?
Después de decir esto, Gaspar le intentó quitar el mapa a Baltasar, y en la disputa el mapa se rompió.
BALTASAR: Lo has jorobado, Gaspar.
GASPAR: No es mi culpa, si tú hubieras soltado el mapa no se hubiera roto.
BALTASAR: Yo no tenía porqué soltar el mapa... ¡Habrase visto! MELCHOR: ¡¡¡Baassttaa!!! Como no os calléis, os voy a tener todo el viaje sin poder hablar, o sea, yo que vosotros me callaría. ¡Niñatos!
Eran las nueve de la noche y ya estaba todo oscuro, pero como no encontraron sitio donde cobijarse, tuvieron que armar sus casetas. Melchor, por la experiencia, la terminó de armar rápido y se metió en su caseta, ya que hacía frío. Baltasar tampoco tardó mucho tiempo en montar la suya, porque tenía un pelete de mucho cuidado. El que más tardó fue Gaspar, ya que nunca se le había dado muy bien eso de montar casetas. Fue una noche muy larga pues los mosquitos les estuvieron acompañando.
A la mañana siguiente estaban todos como monstruos, con las caras hinchadas y llenos de picaduras.
GASPAR: ¡Malditos mosquitos! No pararon en toda la noche.
BALTASAR: Tienes razón Gaspar, yo aparte de estar lleno de picaduras, también tengo un sueño increíble.
MELCHOR: Baltasar, eso es imposible, estuviste toda la noche roncando. Nosotros sí que tenemos insomnio, ¡parecías un molino de trigo!
BALTASAR: Tampoco es para tanto Melchor, tanto no ronco, además eso es de herencia y estoy muy orgulloso por ello.
MELCHOR: ¡Pobres de los que viven con él! (Le susurraba Melchor a su amigo Gaspar en el oído).
BALTASAR: ¡¿Qué le susurras al oído a mis espaldas y con mucha discreción?!
MELCHOR: ¡¡Nada, nada!!, ¡¿qué me vas a hacer?!, ¡espera!...
Baltasar no esperó ninguna explicación más por parte de Melchor y le arreó un puñetazo.
GASPAR: ¿Qué has hecho, Baltasar?
BALTASAR: Perdona Melchor, no lo pensé y...
MELCHOR: ¡Calla! Ahora me tendré que presentar ante el niño Jesús con un ojo hinchado.
GASPAR: No seas exagerado, cuando lleguemos, ya no lo tendréis hinchado.
MELCHOR: ¡Cállate!, ¿si te hubiera pasado a ti, habrías dicho lo mismo?
Estuvieron toda la tarde y toda la noche sin dirigirse la palabra, hasta la mañana siguiente...
BALTASAR: Buenos días, Melchor.
MELCHOR: Contigo no me hablo por pegarme.
BALTASAR: Ya te he pedido perdón, ¿qué más quieres?
MELCHOR: Hasta que no se me olvide, no te perdono. Por cierto, ¿dónde está Gaspar?
BALTASAR: No sé, no lo he visto. Creo que está dentro de su caseta.
MELCHOR: Que raro que no haya salido, es el más madrugador.
Melchor entró en la caseta de Gaspar y pudo observar que estaba enfermo.
MELCHOR: ¡Baltasar!, Gaspar se encuentra mal, ¡ven!
Gaspar tenía mucha fiebre, pero debía de continuar el viaje.
Mientras en Belén, todo el mundo le llevaba regalos a Jesús, ya que era pobre, aunque creo que después de esto se volvería rico, con tanta cabra, leche, comida...
Era de noche y Gaspar se encontraba mejor, ya que Baltasar le había preparado un brebaje medio repulsivo, pero eficaz.
Por la mañana ya se encontraba bien, y decidió madrugar para prepararles un exquisito desayuno, en agradecimiento por los cuidados del día anterior.
Cuando Melchor y Baltasar se despertaron, vieron un montón de hierbajos y dátiles, y enseguida se lanzaron a comer.
Era mediodía. Y una dulce brisita les acariciaba la piel, cuando Gaspar miró hacia delante, sonrió y gritó:
GASPAR: ¡Baltasar, Melchor, mirad hacia delante y decidme que estáis viendo lo mismo que yo!
Baltasar y Melchor miraron hacia delante y divisaron, al igual que Gaspar, un pequeño río, y eso significaba que no faltaban muchos días para llegar. Sintieron una enorme felicidad y ni siquiera se acordaron de almorzar, ni cenaron. Por la noche llegaron a la orilla del río Tigris, y como estaban cansados decidieron cruzarlo al día siguiente.
Era por la mañana del día tres. Los tres se despertaron a la vez. Por alguna extraña razón, se encontraban en la orilla del río Éufrates.
GASPAR: ¡Qué raro!, juraría que ayer estábamos en la orilla del río Tigris.
MELCHOR: No hay que jurarlo, ayer estábamos en la orilla del otro río.
BALTASAR: Esto no hubiera sucedido nunca si Gaspar no me hubiera intentado quitar el mapa de las manos.
GASPAR: ¡Bueno!, eso ya pasó y ya os he pedido perdón.
Siguieron caminando hasta llegar a unas casitas en un oasis que por allí había, donde se pararon para comer, y habría que añadir que se portaron muy bien con ellos, y más, después de que dijeran que eran tres reyes de Oriente.
Siguieron por el desierto, hasta que ya no sabían dónde estaban, se habían perdido en el desierto, y decidieron andarse por los alrededores para ver si divisaban algo a lo lejos.
Era ya el día cinco, y todavía no habían dado con Belén.
GASPAR: Melchor, ¿no crees que deberíamos preguntar a la gente?
MELCHOR: Ya le he preguntado a esa señora y dice que andamos cerca, que vamos bien.
Fue muy raro, ya que ese día se hizo de noche muy temprano. Andaban por pueblecitos sin saber dónde estaban, hasta que dice Baltasar.
BALTASAR: Estoy cansado, y los camellos también...
MELCHOR: ¡Calla plebeyo y déjame disfrutar de este hermoso momento!.
Una estrella gigante pasaba muy despacio enfrente de ellos, era una estrella fugaz. De repente, los camellos salieron corriendo tras la estrella, que cada vez iba más deprisa y a la vez los camellos también.
Llegaron a un pequeño establo. Y sin que nadie les dijera nada, sabían que aquel era el lugar.
Primero iba Melchor, luego Gaspar, y por último Baltasar. Cada uno le traían algo al Niño. Se bajaron de los camellos y los dejaron amarrados en alguno de aquellos árboles.
MELCHOR: ¿Este es el pesebre donde se encuentra el Niño, el Salvador?
VIRGEN: Sí, este es el Niño, ¿y vosotros quiénes sois?
(Gaspar sonriendo le contesta).
GASPAR: Somos tres reyes de Oriente, que venimos a ver al Salvador.
VIRGEN: Pues bienvenidos sean los tres.
Después de las presentaciones, los Reyes Magos se pusieron delante del Niño.
MELCHOR: ¡Hola Señor!, me llamo Melchor y os traigo un humilde obsequio, oro.
GASPAR: ¡Hola Señor!, me llamo Gaspar y os traigo un humilde obsequio, incienso.
BALTASAR: Pues Señor, yo soy Baltasar y os traigo sólo un regalo, mirra.
María y José se pusieron muy contentos, aunque la mula se comió la miel que estaba encima de la estantería, y se puso enferma y esa misma noche tuvieron que buscar al veterinario.

Esta fue toda “La historia de los Reyes Magos en Navidad”. Espero que les haya gustado”.

Itahisa Díaz Martín (*)
(2º ESO. 20.12.98)
(*) Primer premio del concurso organizado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Los Realejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario