domingo, 30 de mayo de 2010

“Un cuento para Navidad”


¡Hola amigos!, antes de nada me voy a presentar, yo me llamo María de las Nieves, y os voy a contar una historia que un día mi madre me contó.
Era una noche de invierno y yo tendría unos ocho años, sí, lo recuerdo bien. Como ya dije, era una noche de invierno, en la que sólo faltaban unas horas para que llegasen los Reyes Magos. Recuerdo que estaba lloviendo, y hacía mucho frío; me duché, me puse el pijama, y me acosté junto a mi osito de peluche.
Al rato de haberme acostado, me desperté sobresaltada, y entre el chasquido de la lluvia y el ruido del viento entre las hojas de los árboles no podía dormir, bueno también tenía una especie de hormigueo en la barriga, eran como mariposas revoloteando dentro de mí.
Me levanté y llamé a mi madre, le conté lo que me pasaba, lo del hormigueo en la barriga. Entonces mi madre me llevó a mi cama y me dijo mientras se sentaba:
—María, hija mía, te voy a contar una historia que en esta misma noche mi madre o mejor dicho tu abuela me contó, y comenzaba así:


“Era la noche de Reyes, en la que de repente una brisa fría, muy fría me despertó. Entonces me levanté de la cama muy ilusionada y bajé a la sala para ver si habían llegado los Reyes. Cuando llegué a la cortina que da a la sala, me asomé para ver si ya estaban allí todos los regalos. ¡Acerté, estaban todos los sillones repletitos de regalos!; al reaccionar empecé a gritar como una loca para que mis hermanos y mis padres se despertasen, pero por mucho que les gritase, no se despertaba nadie, sólo se oían mis gritos y los ronquidos de mi hermano, que extraño, ¿no? Bueno, pues como todos me ignoraban, decidí abrir mis regalos yo solita. Tenía algo dentro de mí que me decía que tenía que volver a la sala y abrir mis regalos. Así lo hice, pero de repente vi una sombra, una sombra que corría hacia la puerta; entonces fui a avisar a mi padre, pero... ¿por qué todos me ignoraban?
Como nadie me hacía caso, la seguí yo misma aunque con mucho miedo por lo que me pudiese ocurrir. Seguí a la sombra, pero al llegar a la puerta desapareció. ¿Dónde se había metido, fuera quién fuera?, empecé a buscar en el armario de la esquina para ver si se había escondido allí. Abrí las puertas y entre ropas busqué, pero allí dentro no había nadie.
Luego, me di cuenta de que era mejor olvidarlo, no decir nada a nadie de lo que había pasado; pero a mi madre sí se lo iba a contar todo hasta con el más mínimo detallito. Cuando volví a la sala sin que nada ni nadie me lo impidiese, ¡jo!, estaba ya toda la familia allí y tenían todos sus regalos abiertos, sólo faltaba yo. ¿Qué raro, no?
¡Humm!, esto me empezaba a sonar extraño, cuando mi madre me dijo:
—Corre hija, ven a abrir tus regalos —dijo muy ilusionada.
—Pero si...
—Pero nada —dijo ya extrañada por mi comportamiento.
Le hice caso aunque me sentía rara, no sé, era como si estuviese soñando, pero no, me pegué un pellizcón y me dolió; eso quería decir que no lo estaba. De repente me dio por mirar por la ventana, hacia el cielo. Me quedé boquiabierta porque, aunque era a lo lejos, vi a los Reyes. Alucinante, ¿no?, pues como decía, vi a los Reyes a lo lejos, entonces uno de ellos, me guiñó el ojo, y me dijo:
—¡Perdón por las molestias!
Ahora lo comprendo todo, la sombra... ¡todo!
Cuando me di cuenta ya se habían marchado, quería decirles tantas cosas que... Y bueno yo pensé en esperar a los próximos Reyes.
—¿Los esperaste, y qué pasó?, —dije muy entusiasmada.
—No hija, al rato que era mejor que no, porque yo me imaginé que al año, la bromita le tocaría a otro niño...”


Bueno, aquí se terminó, mejor dicho hasta aquí recuerdo.
—Dime la verdad hija, ¿te ha gustado?
—Sí mami, me ha gustado mucho, es muy bonita.
Al momento me dejé dormir. Cuando me di cuenta de que mi hermana estaba gritando como una loca, abajo en la sala, y decía:
—¡Los Reyes, los Reyes han llegado!
Me levanté y bajé rápidamente con mi madre.
Luego, cuando todos habíamos abierto los regalos, miré por la ventana, hacia el cielo, como en la historia, y vi una gran luz, más allá de la luz estaban los Reyes sobre una estrella.
Ahora yo comprendo, que lo que mi abuela le contó a mi madre era verdad.
Tengo trece años, y como podéis ver, recuerdo muy bien la historia.

María García González
(2º ESO. 15.12.98)

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