miércoles, 6 de octubre de 2010

Los estudiantes tienen que superar distintas pruebas a lo largo de su carrera. Algunas veces la sangre fría les permiten resolver algunos problemillas con muy buenos resultados, tal como ocurre con esta breve historia:

Era el examen final de inglés en una facultad. Como muchas de estas pruebas universitarias, su principal objetivo consistía en eliminar a algunos alumnos y así, reducir la ratio por aula. La duración del mismo era de dos horas y cada uno de los examinandos deberían ceñirse escrupulosamente al tiempo predeterminado.
El profesor era muy recto, estricto... y les comentó que si la prueba no estaba sobre su mesa en la franja horaria establecida, no era aceptada y sería suspendido.
Media hora después de haber comenzado, un estudiante entró y le pidió al catedrático la correspondiente hoja de examen. Éste le contestó:
—No va a tener tiempo para terminarlo.
—Sí que lo terminaré —contestó el estudiante—. Se sentó y empezó a escribir.
Pasadas las dos horas, todos entregaron las pruebas menos el que había llegado tarde, que continuó como si nada pasase. Al cabo de media hora, se acercó a la mesa del examinador que se encontraba leyendo un libro y en el instante que intentó poner su prueba encima del montón, el profesor le dijo:
—Ni lo intente, no puedo aceptarlo. Ha terminado muy tarde —pasando la hoja del libro que estaba leyendo.
El estudiante lo miró furioso, incrédulo y le espetó:
—¿Sabe quién soy?
—No, no tengo ni la más remota idea —contestó el catedrático en un tono de voz sarcástico.
—Pero... ¿está seguro que no sabe quién soy yo? —interrogó de nuevo, incrédulo, apuntándose a su propio pecho con su dedo y en un tono desafiante.
—No, y no me importa... —contestó el catedrático con cierto aire de superioridad.
En ese momento, el estudiante cogió rápidamente su examen y con suma habilidad lo colocó en medio del montón, entre todos los demás y contestó:
—¡Cojonudo!— y se largó tranquilamente de la clase.

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