domingo, 3 de octubre de 2010

La curiosidad del ser humano no tiene límites y la necesidad de satisfacerla nos lleva a agudizar el ingenio. Veamos el siguiente ejemplo:

Juan invita a su madre a cenar en su “apartamento de soltero”. Durante la velada, su mamá no pudo dejar de reparar en lo hermosa que era Lourdes, la compañera de apartamento de su querido hijo. Durante mucho tiempo, ella había tenido sospechas de que su “niño” tenía relaciones con aquella preciosidad y, al verla, la sospecha no pudo sino acrecentarse.
Mientras transcurría la noche y veía el modo en que los dos se comportaban, se preguntó si estarían manteniendo relaciones amorosas. Leyendo a su madre el pensamiento, Juan le dijo:
—Mamá, sé lo que estás pensando, pero te aseguro que Lourdes y yo sólo somos compañeros; entre los dos no hay nada.

Una semana después, Lourdes le comentó a Juan que desde el día en que su madre vino a cenar, no encontraba el cucharón de plata para servir la sopa. Juan le contesta que, dada la posición de su mamá, dudaba mucho que se la hubiese llevado; pero, en todo caso, le escribiría una pequeña nota. Y así lo hizo:
“Querida mamá, no digo que tú cogieras el cucharón de plata de servir la sopa, pero tampoco lo niego; el hecho es que ha desaparecido desde que tú viniste a la cena”.

Unos días más tarde, Juan recibe una carta de su madre que dice así:
“Querido hijo, no estoy diciendo que te acuestes con Lourdes o que no te acuestes, pero el hecho es que si Lourdes se acostara en su propia cama, ya habría encontrado el cucharón de plata para servir la sopa. Con todo el cariño del mundo, Mamá”.

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