CUENTO
Dijo el prestidigitador:
—Damas, caballeros y niños. Esta prueba es muy sencilla. Con un papel —puede ser la hoja de un diario o de un cuaderno— voy a hacer dos pájaros.
El prestidigitador tomó la hoja de un diario y la partió en dos. Una mitad la puso en la mano derecha; la otra mitad en la mano izquierda.
—¿Ven? —preguntó el prestidigitador y mostró las dos manos—. No hay nada más que un pedazo de papel en cada mano. Y ahora van a ver un pájaro en cada mano. ¿Ven?
El prestidigitador extendió los brazos, mostró las manos y agregó:
—Tengo un pájaro en cada mano.
—No —respondió el público—, no vuelan. No son pájaros.
—Damas, caballeros y niños —dijo el prestidigitador—. Tengo un pájaro en cada mano.
Extendió los brazos y mostró las manos. En cada mano tenía un pájaro.
—No son pájaros —gritaba el público—. No vuelan.
Entonces los dos pájaros batieron las alas y se llevaron al prestidigitador volando por el aire. El prestidigitador rompió con la cabeza el techo del teatro y voló con un pájaro en cada mano. Salió del teatro y siguió volando.
La mujer del prestidigitador tejió una red y la clavó con cuatro estacas en el fondo de su casa.
—Aquí tiene que caer —dijo.
Y se sentó a esperarlo.
Javier Villafañe
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