Un libro estropeado (4)
Frutos de la enseñanza
Había un maestro de escuela que siempre estaba inventando procedimientos nuevos para hacer más agradable y asequible a sus discípulos la enseñanza y aficionarlos al estudio.
Una vez se le ocurrió enseñarles el Credo de la siguiente original manera: a cada chico le enseñó una frase y diciendo cada uno la suya se componía la oración.
Uno decía: "Creo en Dios Padre Todopoderoso; el siguiente añadía: "Y en Jesucristo, su único hijo", y así sucesivamente.
A poco de estar practicando este ejercicio, visitó el centro uno de los inspectores regionales, a quien se pensaba sorprender con aquella novedad.
Pero antes se entretuvo el inspector en hacer varias preguntas a los muchachos, para juzgar el grado de instrucción que alcanzaban.
-¿Tú crees en Dios, niño? -le preguntó a Gedeoncito.
-Yo, no, señor -contestó el chico.
Espántose el inspector y miró irritado al pobre maestro.
-¿Conque tú no crees en Dios? -volvió a preguntarle, por si no había entendido bien.
-No, señor -insistió Gedeoncito-, quien cree en Dios Padre es Calínez; yo sólo creo en Jesucristo, su único hijo.